HIDRÓGENO, EL FUTURO VERDE
Leemos con cierta estupefacción el artículo publicado por Ecologistas, a los cuales sea dicho de paso respetamos mucho, sobre sus dudas en la construcción del gaseoducto BarMar. Y decimos cierta porque quizá algo se nos escape, o ellos dispongan información que nosotros carecemos.
Primero hemos de ser conscientes que en este momento y en un futuro próximo, incluso en el caso que el conflicto entre la OTAN y el bloque oriental se resolviera – lo contrario es inimaginable- no existe alternativa a los combustibles fósiles, a no ser que gran parte del planeta decida, voluntaria o involuntariamente, sacrificarse para que solo una parte, la que podrá pagarlo, disfrute de los servicios que brinda la energía. Es decir, que si usted no está dentro de esta élite, ya puede irse olvidando del agua caliente, de un automóvil o de viajes que sobrepasen lo que un servicio público, cada día menos público, pueda ofrecerle.
Los combustibles fósiles no solo son indeseados sino también finitos, y además del prejuicio que su consumo provoca, nuestra falta de cálculo nos ha llevado a su carencia a corto plazo. Y es que el ser humano “occidental” no previó que la población asiática y de otros lugares del planeta, productora de los bienes de consumo que el primero utiliza, decidiría imitar su tren de vida.
No hay gas ni petróleo para 7.000 millones de consumidores, aún menos para los 9.000 que se prevén como límite, antes que la población humana decida empezar a descender. Lo hay para los privilegiados “occidentales” y muy justo, casi haciendo trampas con etapas de crisis de las distintas sociedades, que mal que bien se relevan para que no toque siempre a la misma.
Los expertos calculan la futura necesidad de energía, en base al crecimiento económico de la humanidad, es decir a la demanda. No utilizan factores como el cambio climático o los previsibles cambios de modelo de consumo. Los expertos no tienen en cuenta cosas tan básicas como que la mayoría de automóviles vendidos a partir del 2030 deberían ser todos eléctricos. Eso significa que muchos conductores, inclusive conductores de camiones, en cambio de llenar sus depósitos con gasolina, enchufarán el vehículo en la red eléctrica. Que a los nuevos edificios ya no llegará el gas sino solo electricidad, siempre que se amplíe la capacidad de la red. Y, lo que es peor, esos expertos tampoco han tenido en cuenta la disponibilidad de recursos. Como pueden ver en el gráfico, aún viven en la teoría de que las materias primas son infinitas. Eso sí, al menos reconocen que el crecimiento se basará en las energías alternativas, pero no en cual.
A corto y medio plazo, las energías alternativas solo pueden mitigar esta carencia. Aunque en algunos momentos de bajo consumo haya excedentes, la realidad es que globalmente solo suplen la disminución del suministro y absorben los pequeños aumentos que van surgiendo. Las fuentes de energía alternativa son excesivamente variadas y las tecnologías empleadas no han conseguido alcanzar el necesario aprovechamiento. Las nucleares han demostrado ser muy caras y de elevado riesgo, sin contar que, si bien la IAEA asegura que hay suficiente uranio en el mundo, también reconoce que su producción ha disminuido por muchas razones, una de ellas es que algunas minas han dejado de ser productivas y pocas corporaciones mineras han abierto nuevos yacimientos, quizá por su pobreza y falta de rentabilidad. A eso debemos sumarle que uno de los principales productores de uranio y de su elaboración es Rusia, eso explica porqué China esté construyendo tantas centrales, ya que tiene el uranio cerca y en casa de un aliado fiable.
Por su variedad, las energías alternativas pueden funcionar localmente, tras mucha inversión y desarrollo y solo para el consumo privado. Pero no olvidemos que si algo desmotiva a las grandes corporaciones, el Estado la primera, es que la población se organice localmente y consiga soberanía energética, por lo cual, a menos que nuestro sistema socio-político cambie radicalmente, esta solución será imposible.
El hidrógeno, cuya obtención aún está en fase de investigación, podría ser uno de los combustibles más importantes a medio plazo, a corto si por fin aceptamos que el desarrollo de la ciencia no es automático, y que entre la investigación, el desarrollo y la plena implantación de una nueva tecnología, corto plazo puede ser un siglo.
El hidrógeno es eterno, es parte del Universo, estaba antes de la irrupción de la vida en él y seguirá estando cuando esta haya desaparecido. Producirlo es sencillo. Hasta hace unos meses el ser humano solo sabía extraerlo del agua mediante electrólisis, que demanda tal cantidad de energía que lo hacía poco rentable. Quizá sea eso en lo que Ecologistas y otras organizaciones se basan para no considerar el hidrógeno como combustible verde, no obstante, ya desde la década de los setenta se sabe que la reacción del aluminio con el galio en el agua produce hidrógeno, aunque nadie lo había investigado en profundidad. Sin embargo, a primeros de este año unos estudiantes de la Universidad de Santa Cruz, a partir de ese sistema descubrieron un procedimiento que, sin necesidad de consumir energía, produce una gran cantidad de hidrógeno.
El aluminio utilizado proviene de latas desechadas, es decir que tampoco requiere energía; mientras que el galio, aunque sea escaso, es fácil de encontrar y puede reutilizarse.
La segunda opción es la utilización de los excedentes de energía verde, ahora mismo inexistentes porque al no poder almacenarlos, si sobra no la generan. En este caso las empresas podrían utilizar esos excedentes para producir hidrógeno, convirtiéndolo en una gran batería o reserva.
Por supuesto, almacenar el hidrógeno en grandes depósitos no representa un gran problema, aún menos sabiendo que su fuente es el agua, por lo cual la necesidad de mantener grandes reservas carece de sentido, fuera de las producidas por sobrantes de energías alternativas. Sin embargo, su traslado a pequeñas estaciones de servicio y su posterior distribución a los consumidores, es caro y no exento de peligros, incluso en su consumo. Como ejemplo tenemos los automóviles movidos por butano, que limita el espacio y tiene mucho riesgo de explosión. El hidrógeno aún precisa más seguridad y su poder explosivo es mayor. Dicho esto, entendemos que la finalidad del hidrógeno es producir electricidad, una energía directa, de fácil transporte, que al no producir combustión es más eficiente y simplifica la motorización. Fuera de eso solo podríamos entender su uso como combustible en barcos.
Los gaseoductos, aunque de manera estable y temporal, afectan al medio ambiente. Obviamente nadie puede negar que una macro-tubería submarina cruzando el golfo de León, afectaría el fondo marino. Sin embargo, a los pocos años este se recupera y la tubería nadie nunca más la va a tocar, o al menos en el próximo siglo. Es decir, que el impacto medioambiental es mínimo y su efecto tiene muy poca duración.
Los gaseoductos se construyen para transportar gas, principalmente desde el punto donde se produce al que se consume; pero también desde lugares donde menos se necesita a los que hay más necesidad en los cambios de estación. Por poner un ejemplo, el sur de Europa y el norte de África precisan poca energía en invierno; sin embargo, el norte de Europa necesita mucha, al contrario que en verano, cuando pocas viviendas y oficinas disponen de aire acondicionado, mientras en el sur de Europa y el norte de África abunda.
El transporte de gas solo puede realizarse mediante gaseoductos o, una vez licuado a baja temperatura, con transportes convencionales, que en este caso deberá ser regasificado una vez haya llegado a su destino. Obviamente, este método además de ser muy oneroso, es infinitamente más contaminante.
El metano, es decir el llamado natural, es un gas de efecto invernadero, con una vida aproximada de diez años una vez ha llegado a la estratosfera. El gas contamina una vez liberado, es decir por los inevitables escapes, lógicamente más comunes en las maniobras de licuación, carga, transporte, descarga y regasificación, que en el transporte por gaseoductos, que es directo desde los depósitos de la fuente hasta los de distribución -no olvidemos las pérdidas de gas domésticas-.
El hidrógeno se nos presenta como una molécula de dos átomos H2, siendo la más pequeña de todas las conocidas y casi podríamos asegurar que de las desconocidas, por lo cual, para su transporte necesita que el interior de los gaseoductos esté recubierto por un polímero que impide su filtración. Las válvulas han de ser específicas para este tipo de gaseoducto, las de otros gases no valen puesto que por ellas podría escapar con facilidad. No obstante, hemos de recordar que el hidrógeno como elemento no contamina, es decir, que si por accidente una cantidad importante de él se liberara, en principio no debería ocurrir nada. La única pérdida sería la del gas. Sin embargo un estudio muy reciente plantea lo contrario, y aunque no está completamente demostrado, habría que tenerlo en cuenta y diseñar los sistemas de transporte y reparto para reducir al mínimo el riesgo de fuga, siendo para ello más seguro y eficiente el transporte por gaseoducto y que se limite exclusivamente a la producción de electricidad.
En sus primeros años el BarMar se utilizará para transportar metano, debido a que la industria para producir hidrógeno no ha pasado de la fase de diseño, por lo cual se convertirá en el gaseoducto de metano más seguro del mundo, con la ventaja que al ser submarino es la mitad más corto que si se construyera cruzando los Pirineos.
Ahora la responsabilidad se ha trasladado al resto de la Unión Europea, que deberá construir los ramales o adaptar para el hidrógeno los actuales gaseoductos, para llegar al resto de países de la Unión.
Deja una respuesta